martes, 27 de septiembre de 2022

La máquina grande

 ¡Buenas noticias! ¡Ya está a la venta mi nuevo libro "La máquina grande y otros cuentos!"

Lo pueden comprar siguiendo este link de la editorial Azul Francia:


https://azulfrancia.mercadoshops.com.ar/MLA-1159046246-la-maquina-grande-y-otros-cuentos-_JM


jueves, 7 de enero de 2021

La batalla cultural






Esto es verdad.

Esto no es verdad.

Presten atención:

El capitalismo es

básicamente

una ilusión.

Usted puede bajar veinte kilos

tener su casa viajar al caribe ser el mejor.

Vivir para siempre.

En pocas palabras: que se haga mi voluntad

así en la tierra como en las redes.

Pero las cosas, una y otra vez, salen mal

porque nadie dice que hay que trabajar doce horas 

pagar el alquiler 

no enfermarse

porque el precio de los medicamentos no baja.

Nadie vive ahí donde está.

Existe un doble de cada uno de nosotros

que se cree todo el tiempo otra cosa,

otra persona en otra ciudad con otra vida.

El capitalismo

ofrece alegremente fábricas trenes bancos

y relatos a precios accesibles.

Hay una prueba sencilla

para saber si todavía estamos vivos:

oprímase con fuerza un dedo

con dos dedos de la otra mano

¡Bien fuerte!

¡¡¡Más!!!

¿Duele?

sábado, 18 de julio de 2020

Abrir la puerta




—Abrir la puerta.      

Nada, ni una mínima respuesta. Una respuesta automática al menos. Pero no: nada. ¿Lo intento otra vez? Y sí, tengo que salir, no me puedo quedar acá.

—¡Abrir la puerta, por favor!
(Qué pelotudo, esa costumbre de pedir las cosas por favor; mi mamá siempre decía: vos pedí siempre todo por favor. Pero eran otros tiempos).

Y nada. Ninguna respuesta. Voy a probar de pensarlo sin pronunciar las palabras. A veces funciona mejor así.

Abrir la puerta.

Aberturas Noemí. Los mejores portones, puertas y ventanas para su obra en construcción.

No deseo ver ese anuncio, gracias. Lo que deseo es salir de acá y para eso necesito abrir la puerta. 
(Qué pelotudo. Ahora le digo “gracias”, como si fuera una persona y me pudiera entender). 

Ya ha usado dos veces una palabra inconveniente. Recuerde que las normas de uso permiten a cualquier usuario bloquear a los usuarios que no cumple las normas de uso.  

Perdón.
(Bueno, ahora sí que estoy en el horno: le pido perdón a un algoritmo).
No conozco las normas de uso.

Pulse “Aceptar” en “conozco las reglas de uso”

¿Usted podría ayudarme a abrir esta puerta? 
Tengo necesidad de salir de aquí.

Pulse “Aceptar” en “conozco las reglas de uso”

Bueno, sí. Las conozco pero no me acordaba.

¿Desea ver un tutorial sobre apertura de puertas?
Sí, por favor.

Si desea ver un tutorial sobre cerraduras simples, siga este link. Si desea ver un tutorial sobre cerraduras dobles, siga este link. Si desea ver un tutorial sobre portones… 

No sé qué tipo de puerta es. No entiendo nada de puertas.

Gracias por comunicarte con la aplicación básica de tutoriales. Su pedido será procesado.

¿Y cómo hago para salir? No es la primera vez que abro una puerta, pero ésta es diferente. No tiene esas llaves que se introducen y se giran. Tampoco tienen botones. Empujo y no se abre. Tengo que salir.

¿Es una situación de emergencia?

Le voy a dar una patada ¡a ver si se abre la muy hija de puta!

¿Es una situación de emergencia?  

¡Ahora me le tiro encima con todo el cuerpo como hacen en las películas! ¡De alguna manera se tiene que abrir, la recalcada concha de su madre!  

¿Es una situación de emergencia? 

¡Un hacha, tiene que haber un hacha por alguna parte! Los protocolos de seguridad te obligan a poner un hacha. O un martillito de metal. ¡¡O algo!!

Si es una situación de emergencia vamos a activar el protocolo de seguridad. Acerque su chip personal al lector de código QR. 

¿Código QR? ¿Era eso? ¿El lector de código QR? ¡Pero qué pelotudo que soy! 

Usted ha dicho ya tres veces una palabra inconveniente. Recuerde que puede ser denunciado por…

Listo, Acá acerco la palma de la mano al lector QR, esperamos que se procese y … 

Lectores y chips QR de última generación. La mejor tecnología al servicio de su seguridad personal. Aproveche la promoción y se lo enviamos ya a su domicilio. 

Vamos puertita... abrite 

Alí Babá y los cuarenta ladrones. Cuento tradicional infant… 

¡¡¡Pero abrite puerta de mierda y la reputísima madre que te recontra mil parió!!! 
      
Hola. Le informamos que su usuario no está habilitado para abrir la puerta solicitada. Comuníquese a la brevedad con nosotros.               




viernes, 8 de noviembre de 2019

Reencuentro






—¡Estás bárbara!
—¡Sí, vos también! Los dos estamos lindos. Siempre fuimos lindos.
—Te reconocí enseguida. Te vi venir por la calle y te reconocí. “Esa es Beatriz”, me dije.
—Yo también. Sos el mismo.
—¿Me reconociste enseguida? Bueno, soy la única persona sentada en el bar, así que no era difícil, jaja.
—Tenés esa mirada dulce de siempre. Muchas veces me acordé de tu mirada.
—¿Te acordaste de mí?
—Claro, Alberto. Por supuesto.
—¿Cuántos años decís que hace?
—¡Que no nos vemos? Y, yo tenía veintiuno. O veintidós. Así que sacá la cuenta.
—Claro, un montón de años.
—Cuarenta años, Alberto.
—Ah…
—Vos tenés sesenta y cinco. Igual que Pedro.
—¿Qué Pedro?   
—Pedro, ¿cómo qué Pedro? Era tu mejor amigo.
—Ah, sí, Pedro.
—Lo vi hace poco a Pedro. Se divorció. Los hijos no le hablan. Tuvo un cáncer pero lo operaron. Ahí anda.
—Pedro no era mi mejor amigo.
—Ah, ¿cómo que no?
—Compañeros de colegio nomás.
—Hablamos mucho con Pedro, cuando me lo encontré.
—Ah, mirá vos.
—Me contó lo de Adrianita.
—¿Cuál era Adrianita?
—Adrianita, esa chiquitita de tetas paradas.
—No me acuerdo de Adrianita.
—La chiquitita que te cogiste en el baño del colegio. ¡La que era novia de Pedro!
—No sé de quién me hablás.
—Una de tetas paradas.  
—¿Adrianita?
—Pero sí, cómo no te vas a acordar. Que quedó embarazada y Pedro después se casó con ella.
—¿Se casó Pedro? No sabía.
—Se enfermó y en una semana se murió.
—¿Se murió Pedro?
—¡No, Pedro no! La que se murió fue Adrianita
—Ah, mirá que mal.
—¿Y vos?
—¿Yo qué?
—¿Cómo andás?
—Ah, bien. Yo bien. Normal.
—¿Te acordás del picnic de la primavera? Ese día que llovió tanto.
—No, yo no me acuerdo de nada. La memoria no me responde mucho.
—¿De mí te acordás, no?
—Sí, sí, obvio, estás igual.
—Tenés los mismos ojos dulces.
—Oíme, ¿querés tomar algo?
—No, Alberto. Está bien así.
—Decime.
—¿Qué?
—¿Quién más se murió?

jueves, 19 de julio de 2018

Extraña muerte



En este pueblo nunca pasa nada”, dice nuestra gente. Pero los sucesos de ayer en la calle Calderón parecen desmentirlo. Como buen periodista, Carlos Demichelis se hizo presente a las once y dieciocho de la mañana en el lugar de los hechos. Su jefe en “La Voz Intransigente” le había encomendado una crónica, pero lo único que sabía era que un joven había muerto al caer desde la altura. Demichelis miró a su alrededor, en busca de manchas de sangre, pero no vio nada. Sacó entonces su libreta de apuntes y decidió, a priori, que el título tendría que ser: “Extraña muerte en la vereda”. Tenía exactamente cuarenta y dos minutos para enterarse de lo sucedido, entrevistar a testigos y curiosos, tomar algunas notas, correr de nuevo a la redacción, escribir al menos una página y alcanzársela a su jefe. Al mediodía todo habría terminado, y Demichelis podría regresar al sopor dominguero de su departamento de soltero.

Buscó al encargado (a quien conocía de vista) y supo por él que un joven se había caído cuando intentaba escalar, con ayuda de una soga, por la pared del frente. Demichelis alzó la vista y creyó ver, a la altura del cuarto o quinto piso, una sombra ondulante, un destello fugaz, un aleteo que bien podía ser una soga. Un rato después (serían las once y veinticinco), mientras la vereda se iba poblando de vecinos en pijama, una señora entrada en carnes aportó otra versión de los hechos. Según ella, los “estudiantes” (así los llamó, con desdén) habían tenido una noche de juerga con unasloquitas” (Demichelis anotó la palabra), bebieron o se drogaron de más y bueno, ya se sabe: uno salió por la ventana. La historia sonaba bien, pero cuando Demichelis hizo las preguntas de rigor (¿por qué?, ¿usted lo conocía?, ¿cómo fue?) la señora se secó la frente, buscó complicidad entre las vecinas y repitió indignada su relato, palabra por palabra. Demichelis quería volverse ya para el diario, pero una viejita del edificio lo tomó del brazo y le susurró: “a eso de las seis oyó un batifondo en el cuarto piso, como si arrastraran muebles. Con mi marido pensamos que sería una mudanza”. Demichelis asintió con la cabeza y miró su libreta, pero no escribió nada. Le pareció más práctico ir armando la crónica mentalmente: 

En este pueblo nunca pasa nada, dice nuestra gente. Pero anoche, en la calle Calderón, unos estudiantes aburridos organizaron una fiesta con amigas (“chicas de la vida”, según los vecinos). Hubo música a todo volumen, gritos y sustancias ilícitas. Todo terminó en una gresca de dimensiones y (en circunstancias que se pretenden esclarecer) uno de ellos salió volando por la ventana y terminó destrozado en la vereda.” 

Demichelis no había hablado con la Policía ni había visto el cadáver, pero la historia tenía ya los ingredientes necesarios para ser un éxito, aunque faltara resolver ciertas cuestiones menores. “¿Y la soga?”, habrá pensado en ese momento. No quiso mirar hacia lo alto por miedo a arruinar la crónica, pero notó algo así como un chasquido contra el muro, una sombra fugaz (aunque bien pudo haber sido también un pájaro, una sábana, un cable de teléfono).

Ahí está la soga. ¿No la ven? —dijo una voz rasposa, como si le respondiera—. En este pueblo ya no se puede vivir. ¿Ustedes son periodistas? ¡Digan la verdad entonces! —La voz aguardentosa, desagradable, aportó una nueva versión de los hechos: un ladrón se había descolgado desde la terraza, pero los muchachos del cuarto piso lo vieron y se defendieron. (Demichelis apuntó la palabra “muchachos”). 

—Uno cayó al piso, justo acá —concluyó el hombre, tosió, escupió hacia un costado y desapareció del lugar. Demichelis, un muchacho simple pero inteligente, debió haber comprendido que las distintas versiones eran tal vez compatibles. Un ladrón que quiso robar a unos estudiantes, que estaban de fiesta con unas loquitas. Sería así: 

Aprovechando la oscuridad de la noche un amigo de lo ajeno intentó ingresar al edificio de la calle Calderón, según la modalidad conocida como de hombre araña…”. Luego continuaría más o menos igual, pero agregando la lucha del joven en legítima defensa y su caída trágica al vacío. Porque era absurdo pensar que el hombre araña era quien había caído desde la altura. Era obvio que había sido el estudiante (borracho o drogado). El grupo de vecinos se agitaba aportando detalles, rellenando los vacíos con afirmaciones temerarias:

—A las seis y media se escuchó como una explosión. —dijo uno— Y después: nada más.

¿Cómo que una explosión? Ya era bastante con sogas, muchachas de la vida, hombres araña. Demichelis miró el reloj, pero sabemos que mantuvo la calma. “Después de todo, (habrá pensado) si me sobra algo no lo uso y listo. El título está bien, “Extraña muerte en la vereda”. Pongo lo de la fiesta, sugiero lo de las chicas. En vez de “estudiante” mejor es “supuestamente estudiante”. Después algo sobre la inseguridad en este pueblo que antes era muy tranquilo, los rumores sobre ruidos, gritos, explosiones…”.

Esto, palabras más o palabras menos, es lo que habrá pensado Carlos Demichelis mientras la hora del cierre se le venía encima. Por lo menos, eso se deduce del análisis de sus apuntes que yo mismo he realizado hoy. Lo cierto es que, tal vez por inexperiencia, el joven colega nunca llegó a terminar su crónica, tarea que asume en estas páginas nuestro prestigioso periódico “El Imparcial”, decano de la prensa local, siempre junto a la verdad.  

Está absolutamente probado que, en ese instante fatal, Demichelis tomó una insensata decisión, llevó al exceso su curiosidad, pretendió arrojar como un lastre la lógica periodística y se dejó arrastrar por un impulso, un pálpito, una iluminación. Podemos imaginarlo subiendo agitado por la escalera hasta el cuarto piso, golpeando la puerta del departamento (algunas versiones afirman que la abrió de una patada), ingresando para observar de cerca el lugar del hecho, conocer a los protagonistas y por último llenar ciertos vacíos que, de cualquier modo, no resultaban esenciales. ¿Qué importaba saber si había o no había chicas de vida ligera, si los estudiantes estaban borrachos, si había rastros de pelea? Si de verdad estaba la soga, Demichelis habrá intentado comprobar las posibilidades del evento, tirando del nudo con energía, tal vez dejándose balancear por los aires como un “hombre araña”. Y si no había ninguna soga, es evidente que decidió inspeccionar los pestillos de las ventanas, asomarse al vacío, medir distancias y verificar trayectorias. 

Lo cierto es que, justo al mediodía, ya cualquiera podía ver, horriblemente aplastado en la vereda, el cuerpo del delito. El cuerpo ensangrentado, todavía caliente, de Carlos Demichelis, de 25 años, vecino de la localidad, domiciliado en la calle Calderón, estudiante de periodismo. Los funcionarios policiales, en un alarde de eficiencia, acudieron de inmediato, alertados por la explosión. Los médicos del Hospital dijeron que nada podían hacer ellos por ese muchacho, porque estaba muerto. Ahora todos dicen que era un buen chico, un vecino más.

Al cierre de esta edición, solo quedan por esclarecer unos pocos datos menores, tales como ciertas imprecisiones sobre los horarios en que los hechos habrían acontecido. Hoy, a pesar del dolor que enluta a nuestra comunidad, asumimos nuestra sagrada obligación periodística: “El Imparcial”, como siempre, es el primer y único medio en informar la verdad que usted se merece.

Por razones de decoro, no se publica aquí la foto del cadáver. 






miércoles, 20 de diciembre de 2017

Concurso internacional de cuento

Me avisan que fui seleccionado como finalista en el XII Concurso Internacional de Cuento Ciudad de Pupiales (Fundación Gabriel García Márquez).
Me siento orgulloso y agradecido.

https://www.gabrielgarciamarquezfundacion.co/single-post/2017/12/15/Acta-veredicto-cuento-Pupiales

sábado, 11 de febrero de 2017

La última palabra




La última palabra siempre la tengo que tener yo.
Vos podés decir lo que quieras (no te lo discuto, y voy a respetar tu manera de pensar y expresarte), pero la última palabra, ésa, a la larga, siempre la termino diciendo yo.
No es que crea, como hacen algunos, que “el más importante de todos soy yo”.
No, no vayas a pensar que eso es lo que, ahora, te estoy queriendo decir yo.
Digo, simplemente (y por favor no me cambien esto que es lo que estoy queriendo decir), que por un motivo o por otro las conversaciones en las que intervengo terminan, invariablemente, con algo que digo yo.
O sea que técnicamente, empíricamente, demostrablemente, en mis diálogos, al final, la última palabra es la que digo yo.
Es cierto también que la gente, en general, abandona las discusiones rápido porque se cansa, se aburre o deja de encontrarle un sentido a lo que se está diciendo, algo que jamás hago yo.
En mi opinión, sin embargo, la verdad la puede tener él, ella, ellos, tú, vosotros, nosotros, o tal vez incluso yo.

Con la experiencia que dan los años, he ido aprendiendo que no hay modo de escapar de esta realidad que estoy tratando de explicar, con todo respeto, yo.